lunedì 26 aprile 2010

¿Por qué no decir dualismo agustiniano?. Hay varias razones para no optar por ello.



1.- La primera es histórica: la palabra dualismo evoca inmediatamente los clásicos dualismos platónico y maniqueo, que se entrecruzan constantemente en las obras agustinianas. La aa no se limita ni se centra en el estudio de dichos dualismos, Agustín hace la crítica de éstos y ha llegado a superarlos para mostrar su teoría.

2.- La segunda razón es doctrinal: en estos clásicos dualismos se trata de doctrinas metafísicas y, al mismo tiempo, cosmológicas. Son dos mundo en Platón, este que aquí vemos, el de las sombras, y de allende, que es el de las auténticas realidades; o son dos principios eternamente presentes y antagónicos, según los Maniqueos, los que han dado origen a este mundo y a todas las cosas existentes, entre las cuales está el hombre, en la aa nos limitamos a la dualidad que se revela en el hombre y que no puede encuadrarse en ningún puesto de esos dualismos dada la superación que Agustín ha hecho de las teorías clásicas.

3.- Y la tercera, de terminología agustiniana. Y es que al hablar de dualismo, ya dentro de la doctrina de Agustín, se suelen referir los autores al dualismo de alma y cuerpo, a sus mutuas relaciones de unión e independencia, y a los problemas que ellos plantean. La aa, sin embargo, va mucho más allá. Sin olvidar estos problemas que la terminología platónica de Agustín involucra a veces, la dualidad que se presenta en la aa, no tiene como partes el cuerpo y el alma, sino que se centra en el hombre como unidad, en todo el hombre como unidad escindida, pero que continúa siendo unidad y que por eso mismo es posible la tensión viva de las fuerzas. Por ello, no son el alma y el cuerpo, sino una parte del hombre la que se opone a otra parte del hombre, pero el hombre como ser uno y vivo, y es por eso por lo que la lucha en que se traban esas partes es lucha del hombre mismo contra sí mismo.

Esto es lo que trataremos de ir dilucidando. Los soportes ontológicos de esas dos fuerzas son la presencia de Dios y la presencia del pecado en el hombre. Esas dos partes del hombre, instaladas sobre esas dos bases, es lo que en la aa llamaremos las dos dimensiones del hombre.

A través de esta charla iremos viendo en qué sentido esas dos presencias se entienden como constitutivas del mismo hombre. El pecado introdujo la división y ésta continúa en el hombre como lastre del pecado; pero la presencia de Dios continúa manteniendo al hombre en su unidad al mantenerle en el ser.

Ambas son presentes y ambas dan su sentido a la actividad del hombre, que será desarrollada bien obedeciendo a la llamada ontológica de la conciencia que viene de Dios, o bien siguiendo la incitación del lastre del pecado que se llama concupiscencia. Toda la vida del hombre es un movimiento pendular entre la ascensión y la caída. En el pecado caemos o estamos caídos, y en la religación existencial con Dios nos encontramos y erigimos.

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