LAS DOS PRESENCIAS
Las dos supra-realidades que transcienden al hombre, ontológica e históricamente, son la presencia natural de Dios y la presencia del pecado en el mismo hombre. El hombre está inmerso en ellas, atravesado por ellas, como si ellas formaran parte de su ser, aunque distintas de su ser mismo.
Dios está en mí más interior a mí que mis intimidades y más superior a mí que lo más elevado de mi ser; y el pecado está en mí como ruptura de mi relación con Dios, como una presencia de esta quiebra parcial de mi fundamentación y como un castigo histórico anterior a mí y del que soy solidario por mi naturaleza.
La Presencia de Dios en el Hombre
Todo el agustinismo no es más que un método para llevarnos al descubrimiento de esta suprema realidad. El hombre se siente en todo momento finito y limitado, es decir, relativo, relacionado con algo que no es él, pero con lo que él es. La misma noción de relativo en que se concibe y aprehende a sí mismo y a las cosas está, en última instancia, y previamente, condicionada por la aprehensión, implícita al menos, de lo absoluto. Ese absoluto es lo que llamamos Dios.
A nadie le es dado conocerle íntegramente tal cual es; pero a nadie tampoco le está permitido ignorarle[1]. Dios está presente, pero oculto. Toda la actividad del hombre delata esa presencia y esa latencia.
Hay en el hombre tres presencias de Dios en el orden natural: presencia ontológica o fundamentante, presencia iluminativa y presencia vital. El hombre está incardinado a ellas y viviendo por ellas.
Agustín no se contiene sin formular inmediatamente una conclusión moral: veámosle a Él para mantenernos en la certeza y amémosle a Él para vivir en la rectitud [2].
1.- Presencia ontológica: Hablando de ella Agustín nos declara que más que estar Dios en nosotros debemos decir que somos nosotros los que estamos en Él. Dios no es el contenido, sino más bien, el continente de la existencia. Dios está en sí mismo, y todas las demás cosas existen en Él.
La teoría de la presencia natural de Dios en el hombre no es más que la aplicación particular de la ontología general de las cosas creadas. ¿Cómo se puede entender que Dios sea en sí mismo y al mismo tiempo sea en todas las cosas?: Dios es omnipresente, porque no está ausente de nada de lo que existe; y Dios es en sí mismo, porque no es contenido por aquellas cosas en las que está presente, como si no pudiera existir sin ellas[3].
Por lo que toca al hombre, esta presencia esta recibida igualmente en el ser y en todo lo que específicamente es: presencia en el ser y en le espíritu, en que se halla, en cuanto tal, la imagen de Dios, y por la que se puede descubrir el modelo.
En este punto esencialmente radical hay que apoyar toda la ontología de la existencia humana. Yo no sería en absoluto, yo no sería en modo alguno so no estuviese en TI. EL hombre está inserto integralmente en Dios. Su ser tenemos que definirlo por un ser-en, así como la vida tenemos que definirla por un ser-para.
Esta sisntencia-en proviene del hecho de la creación. No solamente condición previa de la existencia, sino condición siempre actual de nuestro ser-siendo. Es una auténtica manutención existencial en la verdad de nuestro ser, por la verdad absoluta del ser de Dios[4].
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